¡Adelante!



“¡Adelante!” dice una voz misteriosa que parece arrancar de la mas intimo de nuestro ser y que es a modo de espuela para todos aquellos que cansados, abrumado el espíritu, hinchados y desangrados los pies por lo largo y duro del camino, intentamos detenernos un rato... “¡Adelante, adelante!”, nos ordena la voz.


Y así vamos, sin tomar respiro, la vista fija hacia adelante, donde nuestros ojos parecen descubrir las primeras claridades de un alba desconocida para el rebaño. ¡Adelante!


Pero ¿por qué solamente nosotros vamos adelante? Y, volviendo el rostro, sentimos que se nos oprime el corazón al ver que el rebano apenas se adivina a nuestra espalda, lejos, muy lejos, por la nubecilla de polvo que levantan sus pezuñas. Es que los rebaños necesitan de pastores, de jefes, y los jefes no sienten prisa por llegar a la Tierra Prometida. ¡Tienen la panza llena; ya forman parte de la clase de los parásitos!


¡Adelante! Estamos condenados a seguir adelante porque así lo exige nuestro temperamento. ¿Canta un ave? No importa, ¡adelante!, que no tenemos tiempo que pender ¿Nos tienta el tercio­pelo de una flor a la orilla del camino? ¡Adelante! No podemos ni admirar la belleza... por falta de tiempo.


A veces, en nuestra marcha, que ya no es marcha sino vertigi­nosa carrera hacia el Ideal, no tenemos tiempo ni para refrescar nuestros labios en las aguas puras de la ciencia, ni para desalojar la amargura de nuestras almas con la sabrosa miel del arte.


¡Adelante! ¡Adelante!


Nuestra Autoridad es nuestra propia conciencia. Ella es la que nos empuja, ella es nuestro acicate. Somos esclavos, pero de nuestro deber.

¡Adelante!


(De Regeneración del numero 65, fechado el 25 de noviembre de 1911.)